Patagonia: 7 razones para descubrir el primer parque nacional marino costero

La costa atlántica de Chubut va más allá de Madryn, Valdés y Punta Tombo. Una exploración más profunda incluye, por ejemplo, CamaronesDos Bahías Bahía Bustamante. Más rústico y con menos servicios, pero con un intenso gusto a mar. Escasos turistas y gran cantidad de fauna. Y no sólo pingüinos lobos. También elefantes marinos, guanacos, maras y cientos de aves.

El tramo sur es parte de los nuevos dominios del PIMCPA (Parque Interjurisdiccional Marino Costero Patagonia Austral), creado en 2009. La sección norte, un sector olvidado de la ruta 1 que quedó a la buena de Dios cuando se concretó el trazado de la ruta 3. Ambas integran los tres millones de hectáreas de la Reserva de Biosfera Patagonia Azul, incorporada por la Unesco en 2015.

1. Faro Isla Leones

El logotipo del PIMCPA tiene el faro Isla Leones y el pato vapor como emblemas. No son casuales. Ambos son símbolos cuidadosamente elegidos. El pato vapor, por ser endémico de la región. Y el faro, por su posición (a 1,5 km de la costa), y la particular forma redonda de la casa que lo rodea. Fue erigido en 1917 y funcionó hasta 1968, cuando fue reemplazado por el faro San Gregorio, en el continente, justo enfrente.

Su vida no fue muy larga, pero sí intensa. Llegar hasta la isla -la mayor de un grupo constituido por las Buque y Sudoeste, y próxima al islote Rojo- sigue siendo, aún hoy, muy complicado. Hay que estar atento a los fuertes vientos y las mareas, y esperar el día indicado para ir, teniendo en cuenta el pronóstico y las corrientes.

El Faro Isla Leones, símbolo del PIMCPA (Parque Interjurisdiccional Marino Costero Patagonia Austral)
El Faro Isla Leones, símbolo del PIMCPA (Parque Interjurisdiccional Marino Costero Patagonia Austral) Fuente: Lugares – Crédito: Florian von der Fecht

Por su naturaleza “interjurisdiccional”, el PIMCPA no es un parque común. Fue el primero en aplicar esta figura de administración conjunta por parte de la Nación -a través de la Administración de Parques Nacionales (APN) y el gobierno provincial de Chubut. Ambos convinieron en que la APN custodiaría el área marítima y la provincia, el área terrestre. De las casi 105.000 hectáreas totales, la superficie de mar e islas supera el 70%. Es allí donde este parque tiene su mayor tesoro. Según su plan de manejo, “los arrecifes rocosos y numerosas islas e islotes confieren al área rasgos que la diferencian del resto del litoral patagónico” (Yorio, 1998). Sin embargo, las islas también son un importante foco de especies exóticas invasivas. En Leones, particularmente, han detectado una población de ratas, que pueden provocar la extinción de especies nativas, además de transmitir enfermedades. En Tova, Tovita, Gaviota y Valdés, hay presencia de conejos, introducidos como recurso alimentario y que prosperaron por ausencia de depredadores, y en Tova se hallan también gatos silvestres.

Según Silvina Rossello, que conoció Leones en 2006 y lo publicó en Gaceta Marinera, estas islas y sus vecinas son bastante accidentadas e inhóspitas. Cuesta llegar al faro, a 79 metros de altura, en un terreno sin sendero, avanzando entre cuevas de mulitas y vegetación espinosa.

Así se ve por dentro el Faro Isla Leones.
Así se ve por dentro el Faro Isla Leones. Fuente: Lugares – Crédito: Florian vor der Fecht

Sin embargo, ese trekking no es nada si se lo compara con lo que habrá implicado montar las vías del Decauville para llevar las chapas y materiales de construcción hasta ese punto. Aún quedan algunos tramos de ese insólito signo de civilización en un territorio tan salvaje y solitario. De esos tiempos es también el galpón colorado en Bahía de los Franceses, que se ubica en la costa, y está ocupado por pingüinos magallánicos. Antes de la instalación del faro, la isla fue depósito de guano y estación lobera. En el libro del balizador ARA Mackinlay de 1915, se lee que “no se ha encontrado ninguna vertiente, pero hay abljibes construidos en los cañadones por la grasería que estuvo instalada anteriormente”.

La construcción del faro estuvo a cargo de la División de Hidrografía, Faros y Balizas de la Armada, y la compañía de hierros y aceros de Pedro Vasena e hijos condujo las obras. En noviembre de 1916 se concluyó el trabajo, pero hubo que esperar a que el Mackinlay regresara, casi un año después, con la óptica francesa Barbier, Bénard & Turenne a incandescencia por vapor de petróleo, para que pudiera librarse al servicio el 1º de diciembre de 1917. Tenía un alcance geográfico de 24 millas y un alcance óptico de 32 millas. Su poderosa luz blanca emitía tres destellos cada 10 segundos. Esa era su firma.

Fue declarado Monumento Histórico de la Nación en 2016. Tiene una construcción circular de 11 lados y una escalera caracol que lleva hasta la cima, a 91 metros sobre el nivel del mar.
Fue declarado Monumento Histórico de la Nación en 2016. Tiene una construcción circular de 11 lados y una escalera caracol que lleva hasta la cima, a 91 metros sobre el nivel del mar. Fuente: Lugares – Crédito: Florian von der Fecht

El 15 de enero de 1930, se puso en servicio el nuevo aparato automático de iluminación sistema AGA Dalén, a gas acetileno. Los torreros fueron muchos y sus historias, duras. En una entrevista de la revista Leoplán de junio de 1944, se evoca la noche en que un cabo se descompuso, con un cuadro que parecía apendicitis. La recomendación de su jefe, Gómez, fue “aguante hasta mañana”. Al día siguiente, él mismo remó a tierra firme y caminó las nueve leguas hasta Camarones para buscar al idóneo de farmacia (que era lo más calificado que había en ese entonces). Al regresar, el enfermo estaba repuesto, “del susto que había pasado”. Ese mismo Gómez recuerda haberse visto obligado a racionar el agua a un litro por hombre, y confesó, en esa nota, que la carne de pingüino era dura y fea. “Sólo los huevos pueden utilizarse: los hacemos hervir y utilizamos las yemas”.

El faro fue declarado Monumento Histórico de la Nación en diciembre de 2016. Se tuvo en cuenta su singular construcción circular de 11 lados, y las seis habitaciones organizadas alrededor del gabinete cilíndrico que guarda la escalera caracol que lleva hasta la cima, a 91 metros sobre el nivel del mar. Desde arriba se ve en 360º el océano Atlántico, las costas de Chubut y toda la isla. En ese momento, justo antes de que cumpliera cien años, se anunció su restauración. Sin embargo, fue poco lo que se hizo. El tiempo ya lo ha demostrado: las condiciones geográficas y climáticas dificultan su explotación como recurso turístico. La luz se apagó, pero su figura es símbolo de un parque que quiere luchar por su preservación y la de sus especies.

2. Camarones

Se jacta de ser la Capital del Salmón, y celebra cada febrero (o marzo) su Fiesta Nacional desde 1981. Si bien la pesca es parte de la idiosincrasia de esta pequeña localidad de 2.000 habitantes y tiene un carácter social atractivo -como son los shows y la elección de la Reina del Salmón y Miss Salmoncito-, la competencia deportiva y el tradicional Chupín del Pescador de la clausura han comenzado a encontrar cierto antagonismo con el perfil más reciente y ecológico del pueblo. Como cabecera del PIMCPA, y con un porvenir promisorio en el turismo sustentable, ese tipo de eventos no son los mejor vistos.

Casa Rabal, almacén de ramos generales y atractivo turístico de Camarones. Fue fundado por Asensio y Sáenz en 1901.
Casa Rabal, almacén de ramos generales y atractivo turístico de Camarones. Fue fundado por Asensio y Sáenz en 1901. Fuente: Lugares – Crédito: Soledad Gil

En un futuro no muy lejano, la balanza probablemente se incline a la posición “verde”, pero el devenir es lento. Hay algunos indicios: Casas del Faro es un complejo de cabañas de chapa acanalada que abona el estilo de las casas originales que llegaron de Inglaterra, a comienzos del 1900, cuando se fundó el pueblo. Hoy están protegidas, pintadas y con un cartel que indica quién las habitó o qué rol cumplieron: el carpintero Vogel, el almacén de lanas, El Gauchito (que fue almacén y comisaría). La embajadora de todas ellas es la Casa Rabal, muy cerca de la costa. Se trata de un almacén de ramos generales, pero funciona como una mezcla de centro cultural, supermercado chino y atractivo turístico. Fue fundado por Asensio y Sáenz en 1901 y luego adquirido por Antonio Rabal, que creó también la primera línea de correos, telégrafos y transporte de pasajeros que conectaba Camarones con Malaspina. En la actualidad, está en manos de Fabián Mairal, sobrino nieto de Asunción Mairal, esposa de Antonio.

El otro sitio de visita obligada es el Museo de Perón, inaugurado en 2008, donde estuvo la casa que habitaron Mario Tomás Perón y Juana Sosa, los padres de Juan Domingo. Los Perón se trasladaron a la Patagonia a comienzos del 1900. Don Mario fue Juez de Paz en Camarones y administró varias estancias. Sus hijos pronto fueron enviados a estudiar a Buenos Aires, a lo de su abuela, pero el futuro presidente volvió varios veranos a pasar las vacaciones, y guardó buenos recuerdos de las jornadas en el campo y a caballo. La construcción original se incendió en los años 70, pero para la ambientación del museo se recuperaron muebles de la época, y se exponen fotografías, algunas prendas y mucha memorabilia peronista.

El Museo de Perón, inaugurado en 2008 en la casa de Camarones que habitaron los padres del ex presidente.
El Museo de Perón, inaugurado en 2008 en la casa de Camarones que habitaron los padres del ex presidente. Fuente: Lugares – Crédito: Soledad Gil

Por último, vale escaparse hasta la plaza para ver el ancla del vapor Villarino, que condujo los restos de San Martín de Francia a Buenos Aires en 1880. Naufragó allí cerca, frente a las islas Blancas, durante su viaje 101, en marzo de 1899. La hélice de la embarcación puede verse en Puerto Madryn.

3. Dos Bahías

Es, en rigor, la única área de visita pública del PIMPCA. En un parque joven y con escasos visitantes, la pingüinera a 30 km de Camarones acuña ya cierta tradición turística. Son 160 hectáreas junto al mar y una pasarela metálica que avanza entre los nidos de los pingüinos magallánicos, en la segunda colonia de la provincia. Si se la compara con Punta Tombo, la primera, la población es bastante menor, pero también la cantidad de público.

Pinguino magallánico en Dos Bahías.
Pinguino magallánico en Dos Bahías. Fuente: Lugares – Crédito: Soledad Gil

Este, además, es el lugar donde se materializa la “interjurisdiccionalidad” del PIMPCA. Como fue fundada como Área Natural Protegida en 1973, está custodiada por guardafaunas provinciales. El camping de caleta Sara es el centro de servicios para esta región. Desde 2019 cuenta con una flamante concesión. Está a cargo de Mara Capdevila, propietaria del restaurante y las cabañas Alma Patagónica en Camarones. Este verano, prevé abrir el restaurante de caleta Sara y ofrecer dos trailers con servicios rústicos para vivir una full inmersión en la naturaleza: agua de pozo, pocas horas de luz eléctrica provista por un grupo electrógeno, y lo mejor de la experiencia: la noche con un millón de estrellas.

4. Caleta Hornos y faro San Gregorio

No está claro si se llama Hornos u Horno (que vendría de “Horn” en inglés), pero sí que es un sitio con prosapia: una caleta muy profunda y reparada, que aparece en cartas de navegación muy antiguas. Y, lo más importante, escenario de la primera fundación española en la Patagonia. El 26 de febrero de 1535 arribaron dos embarcaciones al mando de Simón de Alcazaba, y el 9 de marzo quedó fundada, en nombre del rey Carlos V, la provincia de Nueva León. Ese mismo día partió una expedición con rumbo oeste que, claro, a las pocas semanas de andar, se dio cuenta de que la escasez de riquezas -y de agua dulce- en la estepa haría inviable la empresa de llegar al Pacífico. Hubo un primer motín en mayo, y un segundo al regresar al efímero Puerto de los Leones. Los rebeldes acabaron entonces con la vida de Alcazaba e intentaron volver a España. Sólo la nave San Pedro lo consiguió. La otra, Madre de Dios, naufragó en el Atlántico y todos los tripulantes murieron.

El Faro San Gregorio, que reemplazó al de isla Leones, dentro de la estancia La Península.
El Faro San Gregorio, que reemplazó al de isla Leones, dentro de la estancia La Península. Fuente: Lugares – Crédito: Soledad Gil

Al haber comenzado su derrotero en pleno siglo XVI, es esperable que la caleta sea, como es, una cantera riquísima en arqueología. En realidad, si bien toda el área del PIMCPA es susceptible de contar con estos recursos, puntualmente las zonas de isla Leones, isla Tova, puerto Huevo y caleta Hornos son sitios privilegiados.

Tanto caleta Hornos como el faro San Gregorio, el que reemplazó al de isla Leones, están dentro de la estancia La Península, que el cantante francés Florent Pagny y su mujer argentina Azucena Caamaño -ex Miss Siete Días 1984- compraron en los 90, por lo que el acceso está restringido. En los últimos años, por su valor histórico y paisajístico, la municipalidad de Camarones viene organizando travesías que proponen unir el pueblo con la caleta, ya sea a pie o en bicicleta, a lo largo de sus 75 km.

La Caleta Hornos, profunda y reparada, aparece en cartas de navegación muy antiguas
La Caleta Hornos, profunda y reparada, aparece en cartas de navegación muy antiguas Fuente: Lugares – Crédito: Soledad Gil

La siguiente estancia, El Sauce, fue adquirida por la Fundación Rewilding Argentina (ex CLT, creada por Douglas Tompkins) para restaurar su ambiente en un plan de acción a 10 años, junto con el Estado Provincial y Nacional. Son 20.000 hectáreas que estuvieron siempre dedicadas a la producción de carne y lana, por lo que en la nueva misión de “producir naturaleza”, hay mucho por hacer. Diana Friedrich, coordinadora del proyecto Patagonia Azul, que trabaja en línea con el PIMCPA y la Reserva de Biosfera de la Unesco, señala las cuestiones más urgentes: las especies invasivas terrestres, los residuos plásticos en los mares y, en particular, el problema de las algas exóticas. La undaria es una gran preocupación. “Vino de Asia, se reproduce con rapidez y se la asocia a la pérdida del salmón, el mero, el pulpo y otras especies; además, amenaza a las algas nativas, como la gracilaria, la lessonia y la macrocystis”, explica Friedrich, que se entusiasma con la posibilidad de realizar allí “la primera experiencia de restauración de ambientes submarinos en el país, mediante la regeneración de las praderas de algas que una vez prosperaron en estos fondos marinos, hoy tan degradados”.

5. Cabo Raso

Está a sólo 76 km de Camarones, y también fue fundado hacia 1900, pero ambos destinos no pudieron ser más diferentes. En una nota de 1903 publicada en La Nación se menciona el alarmante número de analfabetos de ambas localidades. En 1909, Cabo Raso logró hacerse de su escuela, a la que siguieron una estafeta postal y un caserío para 50 habitantes, que pronto llegaron a ser más de 200. Hubo también un almacén, La Castellana, y hasta un pequeño hotel. Pero a medida que Camarones se afirmó como puerto, y la RN 3 ganó protagonismo, el éxodo fue inevitable. La última pobladora, Mercedes Finat, quedó sola y enferma, hasta que murió en 1987.

Búnker de hormigón en Cabo Raso.
Búnker de hormigón en Cabo Raso. Fuente: Lugares – Crédito: Soledad Gil

Cabo Raso estaba absolutamente abandonado cuando Eliane Fernández Peña y Eduardo González llegaron en 2006. Se pasaron años juntando vidrios, escombros y basura. Poco a poco, fueron reacondicionando edificios y decorándolos en un estilo rústico chic que es ideal para quienes valoran eso que tienen para ofrecer: una cama y un plato de comida caliente en un escenario natural único.

La propuesta es desconectarse por completo del mundanal ruido y entrar en sintonía con el mar, el viento, la soledad. Por algo, el sitio también fue elegido, a mediados de los años 80, para el lanzamiento del misil Cóndor. Se construyó un búnker de hormigón -que está a pocos metros del hotel-, pero cuando en 1988 estuvo todo listo para ser lanzado, Alfonsín reforzó la idea de no ser asociado con la idea de un presidente armamentista, y decidió suspenderlo. Tras su asunción, y ante fuertes presiones internacionales, el presidente Menem terminó por cancelar el proyecto.

Bus pintado con grafitis en Cabo Raso, a 76 km de Camarones.
Bus pintado con grafitis en Cabo Raso, a 76 km de Camarones. Fuente: Lugares – Crédito: Soledad Gil

Un bus pintado con grafitis junto al hormigón del refugio, el casco del naufragio del Chubasco, una hamaca solitaria en la playa de piedra y las antiguas construcciones del poblado le dan a Cabo Raso un aspecto entre cinematográfico y onírico, un poco descangallado y bastante romántico.

6. La Antonieta

Unos 60 km más al norte de Cabo Raso, la estancia de Guido Pepa Morelli es otra parada imperdible para los amantes de la fauna marina. En este caso, elefantes. El apostadero que comenzó con una pareja en 2009 cuenta ya con más de 200 ejemplares, y la propuesta de observarlos en exclusivo, sentados en la playa a escasos metros de ellos, es lo más parecido a ver un documental de la tele, pero en vivo. Estos mastodontes, famosos por su torpeza en tierra -al igual que lobos y pingüinos-, retozan en esos 12 km de costa como si fuera un spa, y lo comparten sin ningún rastro de estrés.

Uno de los 200 ejemplares de elefantes marinos que se observan en la estancia de Guido Pepa Morelli.
Uno de los 200 ejemplares de elefantes marinos que se observan en la estancia de Guido Pepa Morelli. Fuente: Lugares – Crédito: Soledad Gil

Por su proximidad con Punta Tombo (a escasos 27 km de asfalto), la posibilidad de hacer “doblete” y combinar pingüinos con elefantes es un programón. Si se le hace tarde en Tombo, la estancia ofrece alojamiento en el casco que data de 1918, de manera de visitar la elefantería al día siguiente.

7. Bahía Bustamante

Final de viaje, final del PIMCPA. Las 44.000 hectáreas de esta estancia son un broche de oro para esta panzada de fauna marina. Al igual que Camarones o Cabo Raso, Bustamante también fue un pueblo. Sólo que desarrollado por un único pionero, Lorenzo Soriano, abuelo de Matías, actual propietario.

Astrid Perkins y Matías Soriano, anfitriones de Bahía Bustamante.
Astrid Perkins y Matías Soriano, anfitriones de Bahía Bustamante. Fuente: Lugares – Crédito: gentileza quincha.net

Lorenzo llegó desde Baeza (Jaén, España) en 1917. Creó el fijador para cabello Malvik y varios años más tarde, en 1953 (cuando ya tenía 52 años), viajó a Chubut en busca de un nuevo gelificante. Así descubrió que el negocio de las algas era mejor que el de la gomina y se quedó para siempre. Fundó una localidad en donde llegaron a vivir 600 personas. Mandó a construir una línea de viviendas frente al mar para los gerentes, y otra para los empleados casados, con vista a la estepa. En el medio, las más rudimentarias y pequeñas son las habitaciones para solteros, que hoy son utilizadas como depósitos.

Escultura de Christian Liberté Boltanski en la playa.
Escultura de Christian Liberté Boltanski en la playa. Fuente: Lugares – Crédito: Soledad Gil

En 2005, Matías decidió reconvertir el pueblo alguero de su abuelo en un emprendimiento turístico sustentable. Su mujer, Astrid Perkins, montó una huerta biodinámica que abastece la cocina y él mismo conduce las navegaciones por su “patio trasero”: el archipiélago Vernacci y sus 12 islas, donde anida el ave emblema del parque: el pato vapor.

Bosque Petrificado en Bahía Bustamante.
Bosque Petrificado en Bahía Bustamante. Fuente: Lugares – Crédito: Soledad Gil

Tienen un bosque petrificado, una escultura de Christian Liberté Boltanski frente al esqueleto de una ballena y una nueva sidra hecha de membrillos -del membrillar con más de 50 años de antigüedad- que servirá como aperitivo este verano. Lo ofrecerán en la terraza ampliada del restaurante, donde sembraron 2.000 plantas de Pinot Noir y Semillón en octubre de 2018. La idea es hacer el vino más austral de la Argentina. Para eso, buscaron los mejores socios: Matías Michelini de la bodega mendocina SuperUco y el bartender Tato Giovannoni. Llegaron a hacer la primera cosecha en marzo, y el resultado fue exactamente el esperado. “Maravilloso, un vino con una clara impronta marina”, dijo Astrid. Planean sembrar 2.000 plantas más en 2021. El destino no está escrito para los Soriano. Así como don Lorenzo vio el futuro en la orilla bañada de algas hace 70 años, Matías lo vislumbra ahora entre viñedos. Su abuelo, seguramente, aprobaría el desafío.

Por: Soledad Gil. Revista Lugares. Diario La Nación.

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